La marea de Selene.

 

Ningún día es igual a otro, ni los momentos ni las personas, aunque los ciclos y experiencias que vivimos en relación con ambas variables estén entrelazados por un tejido afín que nos recuerda a algo quizás más próximo que lejano.
 
Siempre digo que el mejor instante es el que acontece..., no el supuesto, el futurible, el hipotético o el idealizado, sino el que se presenta ante los ojos o ante el nudo en la garganta, por y para algo, mas a cada cual nos concierne la elección de su acogimiento y transición... A todos nos recorren los mismos cuerpos celestes, las mismas crisis, los eternos acicates humanos - antes o después -, aunque bien sabemos que la vivencia es individualizada y las áreas donde plasman su sello es como la nueva doma de un corcel indómito que aparece asestando coces desde un establo presto a derruirse. 
 
Quizás más que en otras ocasiones la verbalización de lo interno me resulta costoso..., no en vano, para un Mercurio práctico, ordenado y analítico como el mío, pese a constituir toda una antena de captación en un área tan evanescente, Mercurio en Piscis está en un elemento mudo, caído y dispositor de una Luna que pretende poner orden y purga donde le manden desde arriba, enfrentada a un dique un tanto molesto pero que también recibe la ayuda de la sabiduría. No puedo ir en contra de mi antena, ni de mi cuerpo, ni de la sensibilidad que tanta información me aporta, pero que también voluminiza todo cuanto filtra hasta volverlo ensordecedor en algunos momentos y sacudir mi cuerpo desde la entrañas, aun cuando la práctica de lo cotidiano la haya convertido en mi vieja amiga invisible de la infancia a la que siempre llevo de la mano. 
 
Cuando he querido emitir una palabra se me quedaba atascada, aturullada, hecha un ovillito entre mi pecho y mi garganta, sin estructura ni contenedor lógico..., tan sólo limitada a recoger el fruto de lo que toda la corriente de mi anatomía iba percibiendo, sintiendo, absorbiendo... Detectando las posibles anclas a todo ese vórtice sin límite, he tirado de mi diaria meditación, del movimiento y el sudor, y del elemento que en este caso era aún más necesario: recuperar canciones y secuencias de películas que me llevaran a poder sintonizar con la emoción buscada y poder desalojar - al menos - una pequeña dosis de lo inefable común que a veces nos sobreviene. 
 
Todo lo que vivo desde mis 28 años hasta esa parte considero que está cargado de una creciente serenidad, paz y alegría, mas soy incapaz de dejar de lado mi resonador emocional con quienes me cruzo en el camino - además del propio - , lo que en ocasiones me lleva a querer aislarme, necesitar llorar, templar mi cuerpo o darle la forma apropiada que recoja todo lo que la tempestad dejó a su paso para albergar un nuevo significado.
 
No he parado de escuchar en esta tarde dos temas de U2, recordando un álbum - Rattle and Hum (traqueteo y zumbido) , que, en perfecta sincronía con el balbuceo fonético que no puede articularse, traían hasta a mí la voz y la emoción de quien se apresta nuevamente a emitir sonidos, aunque salgan en forma de metáforas o de espumarajos de sílabas que tratan de ordenarse hasta aterrizar en la lógica del discurso. 
 
Vi a U2 en agosto de 2005 en el antiguo Estadio Calderón, llegando a conocer incluso a Bono en persona (mi primer novio oficial era músico), cuya voz me dejó absolutamente subyugada por lo familiar y por ser capaz de llegar hasta mi canal interno en lo más profundo y guarecido de mis secretos sin verbo - claro está, la afinidad elemental era mayúscula -. Por ello, hoy rescato uno de esas dos canciones, no sé si a modo de sortilegio frente a la marea convulsa de Selene o de ese "mal de muchos" compartido ante los aullidos dolientes y nocturnos... Pero algo nos moverá el sagrado arte de la música, sino es para inspirarse con las musas, al menos sí como catarsis de lo que bulle en el alma de nuestra - a veces - tan inevitable y temblorosa humanidad. 🌟💖  

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