Al otro lado de la Melancolía
En la visión del melancólico común tenemos, casi siempre, en la imagen de referencia, al tipo triste, cetrino, desasistido del impulso de vida, como si le recubriera la ceniza de un halo de luz gris por encima, con tintes cada vez más negruzcos y que le hacen empalidecer desde dentro hacia fuera. El melancólico conoce el trasfondo del deseo (y el deseo lleva a la acción y al impulso vital) en la vertiente que le condena a la pérdida en cuanto la activación, que le es propia, finaliza con premura una vez satisfecho o, incluso, más aún, cuando no es posible su satisfacción.
Sin embargo, volviendo a cómo se vertebran las polaridades en todas las áreas de la vida, incluidas las sensaciones y su respuesta, no podemos olvidar al hedonista y al escapista como melancólicos evasivos... El hedonista, cuanto más estresado o frustrado se siente frente a la insatisfacción vital que le produce un deseo ya quemado y gastado, que no le llena en su sensación de vacío..., o entra en la "manía" de actividad y poco descanso, o de mucho dormir o de compulsión imparable en busca de más estímulos como sustitutos de la verdadera pulsión de vida y el verdadero goce.. Ése es el punto en que se llega a la adicción y, en mayor o menor medida, como el ser humano maneja mal la melancolía, que, por otro lado, le sería propia en su profundidad (nadie quiere tocar o enfrentar tempranamente a Saturno), decide huir hacia delante a través de la "com-pulsión".
De la compulsión a la adicción existe la diferencia de que la adicción busca el placer de la recompensa y la compulsión el alivio de la ansiedad y el miedo, aunque puede producir posteriormente un placer deviniente en su repetición... No obstante, son primas hermanas en la línea del proceso porque la "adicción" prosigue normalmente a la "compulsión"... Ambas se gestan en la fase oral del desarrollo (12 a 18 meses) y son de carácter jupiterino, como respuesta a la fase anterior saturnina de gestión del apego, así como la etapa de lactancia y posterior destete.
Por eso mismo, la Melancolía, tal como menciona Freud en "Duelo y Melancolía", esta última se origina en la fase oral del desarrollo (pese a que podamos pensar lo contrario) y, en el caso del hedonista, el compulsivo y el adicto, existe una no aceptación y rechazo de que la satisfacción y el deseo se acaben y se tenga que contactar necesariamente con el acto de desapego real de la etapa anterior y la sensación percibida como "desagradable" de soledad, silencio, vacío, separación... Por eso el hedonismo, la compulsión y la adicción, en mayor o menor medida, cumplen una función "protectora" (Saturno), que consiste en la evitación del dolor emocional...
¿Qué le sucede a un fumador o a un bebedor, por ejemplo, en pleno siglo XXI, con toda la información disponible que tenemos al alcance de sus consecuencias? Se están protegiendo de un dolor, de una sensación saturnina muy incómoda emocionalmente que antes o después llega... Si no toman conciencia de su trasfondo o no existe moderación alguna en un punto de adicción muy compulsiva, ¿Qué es lo que sucede?... Aparece Saturno: cáncer de pulmón (pulmón= tristeza, Saturno) o cirrosis (agotamos a Júpiter = hígado y dañamos el riñón= miedo= exaltación de Saturno).
Todos queremos alejar a la "bestia negra" que nos acecha ante las negaciones (según nuestras experiencias y alcance de comprensión y sesgo de las mismas, que supone la experiencia vital con sus reveses), desde el momento más temprano en que el motor de nuestro pequeño animal comienza su andadura por la supervivencia ante un mundo desconocido. Nos cuesta ser conscientes de que sólo nosotros nos podemos habitar, sintiéndonos solos, enfermando solos, riendo solos y muriendo como tal en un ciclo que sabemos es caduco nada más comenzarlo..., dicho sea se paso, la única certeza disponible, paradójicamente, en un mar de incertidumbres continuas..
Por eso, hoy mismo, conforme estoy más cerca del Psicoanálisis, de la Literatura, del Arte..., y más lejos de la Astrología, mirando con ojos más cercanos al corazón y más lejos del juicio o la confrontación (que son dos de mis mecanismos protectores frente al dolor más agudo por mi excesiva sensibilidad y empatía emocional, pese a que parezca, en apariencia, lo contrario) no podemos acercarnos a la realidad del otro como si fuera la propia, ni mirar sus reportes como los que nosotros elegiríamos, porque, en su antinomia, en muchos casos, desde las antípodas de una acción aparentemente errática, sigue existiendo un niño que llora ante un mundo que no ha elegido y que, en una parte de sí, aún recuerda y añora en él las manos suaves de mamá ante las elevadas fiebres catarrales, los arroces de domingo en el calor y olor de una mesa de familia completa, el consuelo de un abrazo frente a la soledad de un aula fría y gris en la que no encajábamos, o las palabras sanadoras que estuvieron allí presentes con su canción de cuna - resonando en el oído como si nunca se hubieran silenciado - frente al coco que siempre nos dijeron aguardaba, agazapado y temible, en el filo sin atisbo de la noche.
A todos nuestros interiores, con la mayor compasión que me es posible expresar. Yo, como tú...🙏🌟💖

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